La alimentación de la Sevilla del siglo XVI era un fiel reflejo de las profundas diferencias sociales existentes en la ciudad. La composición de la dieta y las costumbres en las comidas dependían de la clase social a la que se perteneciera. Sin embargo, cualquier familia se caracterizaba por tener el pan como elemento básico de su alimentación. También serán determinantes los cambios en la dieta producidos por el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Costumbres[]
En la mayoría de las casas no existía ni estancia destinada a comedor ni rutina en las comidas. Esto, unido a las escasas medidas de higiene y a la gran variedad de alimentos que se estaban descubriendo -y probando-, se convirtió en la causa de muchas enfermedades.
Aunque no faltan testimonios históricos y literarios de grandes banquetes y festines, siempre fueron considerados como algo excepcional. Contrastando con la ostentación para otros hábitos de la época, el de comer era frecuentemente moderado y percibido más como algo necesario que como un lujo.
Alimentos más frecuentes[]
En cuanto a la producción, eran mayoritarias las extensiones de tierras dedicadas a cereales, tanto que algunas parcelas estaban dedicadas exclusivamente a este cultivo. Esta situación tiene una explicación muy concreta: el pan –que normalmente se elaboraba a partir de trigo y excepcionalmente de cebada- era el alimento básico de las clases populares. El trigo constituía la mayor partida presupuestaria para tres de cada cuatro familias y, en consecuencia, su precio y disponibilidad determinaban la economía de gran parte de la población.
En la ciudad de Sevilla el grano se almacenaba en la Alhóndiga y de ahí se distribuía a los Hospitales, la Iglesia, instituciones y finalmente a las tahonas. Su supervisión, esencial para el bienestar de los ciudadanos, corría a cargo de funcionarios liderados por un Jurado y un Caballero de los Veinticuatro.
El precio del grano venía fijado por el Cabildo con el objetivo de mantener unos precios adecuados para este artículo de primera necesidad, y atender así a la capacidad adquisitiva de las clases populares.
Esta parte de la población creaba su dieta según los precios de los productos. Verduras, frutas y legumbres, más despreciadas por las clases altas, eran frecuentes en las casas de familias menos pudientes. Lo mismo ocurría con el queso, las aceitunas y algunos tipos de embutidos.
Entre las clases media y alta, el consumo de pan, verduras y frutas disminuía considerablemente. La carne de vaca o de carnero y la caza constituían la base de su alimentación. Este producto tenía tanta importancia que las autoridades municipales controlaban su abastecimiento a través de las carnicerías públicas y establecían contratos con carniceros para abastecer a la población. Las Carnicerías Reales se hallaban en la actual plaza de la Alfalfa.
Aunque el pescado en España tuvo una importancia menor, excepto en tiempos de Cuaresma, en Sevilla siempre tuvo bastante presencia. Se consumía pescado fresco y conservado ahumado o en salazón. El bacalao, las sardinas y los salmonetes se unían a los procedentes del Guadalquivir: barbo, esturión o lamprea.
Alimentos del Nuevo Mundo[]
El Nuevo Mundo trajo consigo una gran cantidad de alimentos que hasta entonces eran desconocidos por la población europea. La gastronomía de Sevilla y, por consiguiente, del resto del continente, se vio enriquecida con productos como patatas, tomates, pimientos, chocolate, piña y muchos otros que se fueron descubriendo a partir de la llegada a las Indias. Uno de los impulsores de esta nueva dieta fue el médico sevillano Monardes, con su libro Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales.
Curiosidades[]
- El transmedia de La Peste cuenta con un programa de cocina llamado Yantar, donde los protagonistas de la serie preparan un plato del siglo XVI junto al chef Daniel del Toro. Las recetas pertenecen un libro de Francisco Martínez Motiño, jefe de cocinas de Felipe II llamado Arte de cocina, pastelería, bizcochería y conservería (1611).