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El auge comercial y económico de Sevilla trajo consigo un gran descontrol en la ciudad. Fue sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI cuando esto se manifestó y se generó un fuerte desorden: el caos, la corrupción, el fraude y las fricciones entre autoridades eran altamente frecuentes y, en consecuencia, la delincuencia aumentó.

Sevilla sufrió un fuerte abandono, reflejado en sus calles, y grandes desigualdades alimentarias y económicas entre sus habitantes. Las rivalidades entre los poderes (Cabildo secular y Audiencia y Arzobispado; Audiencia e Inquisición) generaban fuertes distracciones que restaron importancia a los demás problemas de la ciudad.

Sevilla se convirtió en la ciudad idónea para desarrollar la picaresca y la delincuencia. De hecho, fue escenario de múltiples historias literarias en las que aparecen jugadores, mafiosos y ladrones. Uno de los ejemplos más representativos es la novela de Miguel de Cervantes Rinconete y Cortadillo.

Los bajos fondos se relacionaban con sus propias normas, idioma y costumbres y tenían una jerga especial, la de la germanía, que servía como signo de reconocimiento entre ellos. En este argot tenían especial relevancia palabras como «sangre» para hacer referencia al dinero, «ermita» para hablar de la taberna o «Babilonia» para mencionar Sevilla.

Cárcel de Sevilla[]

Los motivos para ser encerrados en prisión eran muy diversos: desde robos a homicidios, pasando por falsificación de cédulas y monedas, hechicería, prácticas abortivas, violaciones a mujeres, escalamiento de moradas o deserción.

Si una persona era acusada de cometer un delito debía quedarse en la cárcel esperando los trámites burocráticos. La única opción de salir pronto era sobornar a los funcionarios de prisión. Muchos delincuentes se refugiaban en iglesias, templos y conventos y se acogían así al derecho de asilo, que les permitía escapar de la justicia. Las condiciones de vida en la cárcel eran tan duras que se hacía lo posible por evitar la prisión: los alimentos eran escasos y no había prácticamente medidas de higiene.

Castigos[]

Los castigos públicos eran muy frecuentes en esta época. Eran duros y vergonzosos y podían implicar, además de ir a prisión, azotes. En el caso de delitos de robo estos castigos públicos solían acabar con paseos con los productos con los que se había cometido el delito colgados del cuello.

Ejecuciones[]

Las ejecuciones eran precedidas de un desfile por las calles de Sevilla. El condenado debía llevar un rótulo en su espalda en el que especificaba el delito y, en ocasiones, se les quemaba con tenazas al rojo vivo durante el camino.

El desfile comenzaba con un pregonero que contaba el motivo del delito. Detrás, niños con una cruz alzada entonaban oraciones. Clérigos, religiosos, alguaciles alabarderos, corchetes, verdugo y el reo a pie o en carretón cerraban el desfile.

Según el tipo de delito las ejecuciones eran diferentes. Los asesinos y homicidas eran arrastrados, ahorcados y descuartizados; los nobles eran degollados por la deshonra cometida y los herejes y falsos conversos, quemados.

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